Nuestros padres y abuelos mantienen la esperanza de ser cuidados durante su ancianidad por los hijos, nietos, o por aquellos a quienes les brindaron gran parte de su vida en el periodo de niñez o en otra etapa, donde contar con este cuidado era de enorme valía.
Anteriormente no era común que los ancianos fueran recluidos en un asilo y los mismos eran atendidos dentro del seno familiar hasta la muerte.
Actualmente notamos con tristeza que cuando los nuestros llegan a la vejez, son percibidos como una carga, la cual decidimos por tanto eliminar para poder disfrutar de mayor tiempo y espacio sin responsabilidad; entonces, nada mejor que recluirlos en un centro de cuidado.
Quien desea resolver este tipo de incoveniencia o evadir su deber, comienza a presentar excusas tales como que:
-no saben manejarlos
-están dementes
-estan psicóticos
-enfermos de cuidado
-en precaria situación económica
-con muy poco tiempo debido al exceso de trabajo para atenderles
-no se llevan bien con los niños ni con ningún otro miembro de la familia
-no hay espacio en la casa suficientemente cómodo para proporcionarles
atención de primera.
Y así, tratamos de disfrazar la realidad y empañar nuestra conciencia; hoy estos viejos no producen, no pueden servirnos como ayer. Hoy son estorbo.
No niego que los asilos tratan de dar un servicio de amor y respeto a los envejecientes y que son excelentes recursos en diversas circunstancias, pero hemos olvidado que estos ancianos no son seres extraños, son nuestros padres y abuelos, que aún están vivos, por tanto tienen sentimientos, emociones, añoranzas, apegos, aficciones, de los cuales de manera mayormente egoísta, les privamos sin preguntarles si están o no de acuerdo. Y desviamos la mirada de sus rostros para no notar la tristeza que hay en sus ojos.
En el asilo están rodeados de un personal que desea de corazón atenderles pero ese personal no es el ser querido a quien tanto ama, oye voces, pero no las voces tiernas de sus nietos, les dan buena comida, pero no la que ellos hubiesen deseado comer ni sus antojos, no están rodeados de sus pertenencias, no están en sus casas donde recuerdos les trae cada rincón, tales como vivencia de pareja, nacimiento de bebés, celebración de muchos acontecimientos, reuniones familiares, conocen a ciegas cada rinconcito el cual pueden ubicar aun con la luz apagada y encontrar sus cosas ahí guardadas sin tropezar.
Y luego nos preguntamos ¿porque papá o abuelo está tan deprimido, deseando el día de su muerte? No hay mejor asilo que el hogar ni hay mejor pan que el preparado por la mano de su hija, nieta, ahijada, sobrina. Aunque abuelo, papá, mamá o abuela se tornen dificiles, agotemos todos los recursos a fin de tenerlos en casa, prodigándoles cariño y cuidados. Dejemos que vivan gratamente los días que les queden por vivir, rodeados de su familia, amigo, compadre, vecino, de sus retratos, de sus cosas y que te digan en su último instante, "que Dios te bendiga mi hijo". Y entonces, cuando hayan partido, sentirás tu corazón en paz por el deber cumplido.
autora: RAQUEL D. M. DEMORIZI L.
NOTA: SE PERMITE LA REPRODUCCIÓN PARCIAL O TOTAL , SIEMPRE Y CUANDO SE CITE LA FUENTE Y/O EL NOMBRE DE SU AUTORA
No hay comentarios:
Publicar un comentario