El fruto de la vejez es, como dije con frecuencia, el recuerdo y la abundancia de los bienes adquiridos antes.
El buen juicio y la razón y la prudencia están en los ancianos, pues así como me agrada el joven en el que hay algo de viejo, igualmente me place el viejo que conserva algo del joven, y aquel que siga esta máxima es posible que sea viejo físicamente, pero nunca lo será mentalmente.
Preferiría ser viejo menos tiempo que serlo antes de la vejez. La inteligencia, la reflexión y el discernimiento habitan en los ancianos y si estos no hubiesen existido, tampoco habría existido ningún estado.
Pues no me agrada lamentarme de la vida ni me pesa haber vivido, puesto que he vivido de tal modo que pienso que yo no he nacido en vano y me retiro de la vida así, como de un albergue, no como de mi casa, pues la naturaleza nos dio un lugar de detenernos, no de habitar, OH dichoso día, cuando parta a aquel divino concilio y reunión de las almas y cuando me aparte de esta reunión y violencia.
Nunca se hallaba menos ocioso que cuando estaba desocupado, ni menos aislado que cuando estaba solo.
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